Como ya es visible, hace pocos días cambiamos la hora de nuestros relojes para adaptarla al horario de invierno. Ésto que es una práctica habitual en muchos países ( 75 ) tiene consecuencias en nuestros ritmos vitales : sueño, comidas, etc.
El cambio de hora comenzó durante
la 1ª Guerra Mundial en Alemania, países aliados y zonas ocupadas, al
objeto de aprovechar la luz solar extra disponible en primavera y
verano. Otros países secundaron la medida, incluida España, donde dejó
de aplicarse en 1951 para retomarse en 1974, tras la crisis energética
del 73.
¿Ahorro de energía?
Red Eléctrica Española (REE) estima un ahorro en el consumo eléctrico
entre el 0,1% y el 0,5%, en coincidencia con el estudio holandés
Research voor Beleid de 1998, realizado para la Comisión Europea. La
propia Comisión valoró el ahorro como “relativamente modesto” en el año
2000, mientras que REE lo considera no relevante y su presidente, Luis
Atienza, calificó en 2008 el ahorro de insignificante. “Todo ahorro
energético, por pequeño que sea, es bienvenido”, señala una fuente
comunitaria, conocedora de las fuertes reservas de algunas asociaciones
ciudadanas de Francia y Bélgica contra el cambio horario. En el lado contrario, diversos estudios estiman que el cambio de hora supone un gasto extra de energía.
Y es que siendo razonable aprovechar cada hora de luz natural, mover
las agujas del reloj dos veces al año no implica necesariamente ahorro
de energía. Cuando en otoño se retrasa el reloj, empresas y familias (si
madrugan) necesitarán una hora menos de iluminación. Si son negocios de
horario matutino el ahorro existe.
Sin embargo, las familias se encontrarán con que llega la oscuridad una
hora antes de lo habitual, y dado que la rutina horaria se mantiene,
gastarán por la tarde esa hora de iluminación ahorrada (o no ahorrada)
por la mañana. En cuanto a las empresas y oficinas que trabajan después
de las 18 horas tampoco habrán ahorrado, mientras que muchos comercios
abren a las 10 y no ahorran por la mañana, pero requerirán una hora más
de iluminación por la tarde, con lo que el cambio de hora les perjudica.
Calidad de vida y salud
El animal humano liga su ritmo vital con los ritmos naturales. El cambio
de hora es una agresión al organismo humano, el cual debe
reequilibrarse. Afecta de manera acusada a los más pequeños, más
apegados a su ritmo biológico. Para ellos el cambio de una hora es demasiado brusco y afecta su ritmo biológico, especialmente a comidas y sueño .
Para el Dr. Santiago Casares Pérez ,
de los tres relojes existentes –el biológico, el solar y el oficial– el
biológico, el del organismo, es el único reloj verdadero para nosotros.
Según este doctor, debido a los cambios
de hora, “se produce un incremento de casos de patología psiquiátrica,
ansiedad, depresión, trastornos del sueño y la alimentación, falta de
concentración, irritabilidad, fatiga crónica, problemas cardiovasculares
y mayor incidencia de accidentes laborales y de tráfico. Es una pérdida
fantástica de la calidad de vida y también se acusa un incremento
importante en el gasto farmacéutico (somníferos, ansiolíticos...).
También los animales lo sufren indirectamente al serles cambiadas sus
horas de alimentación, etc. existiendo numerosos estudios al respecto”.
Concluye que el gasto sanitario que genera el cambio horario no compensa el ahorro económico.
Coincide con este diagnóstico el Dr. Ricardo Ros, psicólogo experto en ansiedad y estrés, para quien los cambios
de hora crean un desorden biológico, que conlleva aumento de sueño o
letargo diurno, desgana, falta de energía, expectativas negativas,
decaimiento y alteraciones en el apetito.
Los efectos adversos son conocidos por la Comisión Nacional de Energía, que cuenta con un estudio sobre los efectos del cambio de hora, de febrero de 1997, en el que el Dr. Félix Jacob señaló que el cambio
de hora generaba en las personas el denominado Síndrome General de
Adaptación, por la obligación de tener que acostumbrarse sorpresivamente
a un nuevo esquema de sueño, lo que conlleva una mayor fatiga y
accidentabilidad y una menor productividad laboral durante los primeros
días tras el cambio. Según un informe de la Comisión Europea el malestar dura entre 1 y 14 días, hasta que el organismo se adapta al nuevo horario.
Un estudio sueco da cuenta de aumento en la incidencia de infartos de miocardio inmediatamente tras los cambios horarios.
Cuando el reloj que regula esos ritmos es desplazado abruptamente una
hora hacia adelante o hacia atrás, lucha por adaptar internamente al
entorno físico, químico, eléctrico, hormonal e inmunológico a las nuevas
condiciones. Este esfuerzo es fatal en determinados casos.
Es decir, algunos estudios sostienen que el cambio
de hora no produce ahorro energético, otros, que es insignificante y
otros que lo aumenta. Sin embargo, sí hay unanimidad en que produce
trastornos de diversa índole.
El ser humano no es una máquina. Como el resto de los seres vivos,
realiza sus funciones vitales de acuerdo al reloj biológico interno al
cual se ha adaptado. Interferir este ritmo vital es muy perjudicial para
los más pequeños y para determinados grupos de enfermos. En cuanto a
los adultos, es un golpe del cual nos sobreponemos, pero que es absurdo
si no se obtiene un beneficio superior al daño generado.
¿Por qué, entonces, se mantiene el cambio de hora? Por inercia, porque siempre se ha hecho, y gobernantes y gobernad@s temen los cambios.
Se mantiene como tradición, como un rito. Simboliza que gobernantes y
gobernad@s se preocupan por ahorrar energía, y como prueba de ello están
dispuestos a sacrificar su ritmo vital. Sin embargo, no harán mucho más
para ahorrar energía pues con cumplir el rito ya se sienten liberados.
El Estado pone en marcha los medios informativos propios y privados para anunciar los cambios
de hora 2 veces al año. Si hiciera uso de esos medios para difundir
programas educativos y preventivos (por ejemplo, campañas de ahorro
energético temáticas y amenas) a buen seguro podrían obtenerse unos
beneficios asombrosos.
Ahorrar y hacer ahorrar energía debe ser una obligación de la
Administración pública. Cambiar de hora no produce ahorro neto económico
o energético pero sí distrae de políticas serias de ahorro. Es hora de
dejar seguir su propio ritmo a nuestro organismo y desarrollar políticas
serias que frenen el derroche energético.
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